sábado, 31 de octubre de 2009

Tangos

Uno






Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias...

Sabe que la lucha es cruel
y es mucha pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina.

Uno va arrastrándose entre espinas
y en su afán de dar su amor
sufre y se destroza hasta entender,
que uno se ha quedado sin corazón...

Precio de castigo que uno entrega
por un beso que no llega
o un amor que lo engañó.
Vacío ya de amar y de llorar
tanta traición!...



Analizando la letra del tango “Uno” y retomando el tema de las trampas que nos ponemos con el lenguaje, hoy nos vamos a ocupar de este misterioso ser que siempre está.

¿Quién es "Uno"?

Uno siempre nos acompaña y se hace cargo de un montón de cosas de las que yo debería tomar las riendas.

Uno se equivoca cuando yo no quiero admitir mis errores.

Uno trata cuando yo no lo logro.

Uno se da cuenta de ciertas cosas cuando yo no puedo admitir que ya no puedo seguir mirando para otro lado como venía haciendo hasta ahora.

Uno tiene un par de primos hermanos, que se llaman “Se” y “Hay que” y que como probablemente muchos lectores ya habrán adivinado, cumplen (más o menos) con una función similar a la de Uno… no por nada son parientes.

Entonces, Se y Hay que vienen al rescate de Uno cuando el buen Romance le impide a Uno intervenir.

Cuando Uno no tiene cabida… “Se hace lo que Se puede”, o “Hay que solucionar esta situación”, si es que no se metió en el medio la prima lejana “Habría” que tiene la nada despreciable misión de alejar aún más la toma de decisiones, el logro de objetivos, o el hacernos cargo de ese fardo que no queremos agarrar.

Uno, Se, Hay que y Habría tienen sus defectos y sus virtudes.
Por ejemplo, todos son pésimos deportistas (siempre tiran la pelota afuera).
Además, tienen el extraño don de confundirnos. Tal es el estado de confusión que generan, que cuando aparecen en una frase, nunca sabemos de quién estamos hablando exactamente.

De todas maneras, debemos reconocer que todos juegan bien a las escondidas y que son muy escurridizos, sobre todo a comprometerse. La mayoría de las veces que los nombramos, nada pasa.

¿Qué nos generan estas frases, por ejemplo… cuánto poder nos dan y cuánto nos quitan?

Uno puede.

Se puede.

Yo puedo.

La invitación… hacernos cargo de nosotros mismos, empezando por el lenguaje (que no es inocente).
Hablar en primera persona.
Y para terminar, un texto de Martín Heidegger que mejor que nadie expresa las ideas toscamente vertidas por mí en este artículo.


“¿Quien es uno?
Uno no es ninguno de ustedes, uno no soy yo,
uno no es nadie que esté por encima de nosotros,
uno es todos, es cualquiera;
uno es, en el fondo, aquel que está sustituyendo,
desplazando siempre el yo de cada uno de nosotros.
En lugar de ser yo mismo, soy ahora "uno" de tantos."

Martin Heidegger


martes, 22 de septiembre de 2009

Boleros

Usted





Usted es la culpable
De todas mis angustias, y todos mis quebrantos
Usted lleno mi vida
De dulces inquietudes, y amargos desencantos

Su amor es como un grito
Que llevo aquí en mi alma y aquí en mi corazón
Y soy aunque no quiera
Esclavo de sus ojos, juguete de su amor

No juegue con mis penas, ni con mis sentimientos
Que es lo único que tengo
Usted es mi esperanza, mi ultima esperanza
Comprenda de una vez

Usted me desespera
Me mata, me enloquece
Y hasta la vida diera por vencer el miedo
De besarla a usted


Qué cosa esto del lenguaje, ¿no?

El lenguaje a veces puede tendernos trampas... o mejor dicho, a veces nos tendemos trampas con el lenguaje.


USTED es la culpable

De todas MIS angustias, de todos MIS quebrantos...

USTED llenó mi vida...


Me encantaría conocer a la musa inspiradora de esta canción...

Esta tal Usted pareciera ser una especie Superheroína que tiene el nada despreciable don de poder generar emociones y sentimientos en las personas con solo proponérselo.


Si el poder de generar cosas en mí reside en este hipotético otro... hay algo que no me cierra.

Veámoslo con un ejemplo práctico.

Pídanle a alguien que tengan cerca, a un voluntario que con un dedo haga presión en algún punto de la palma de vuestra mano por unos diez o quince segundos y que después suelte.

¿Qué pasó?

¿Apareció una zona más “blanquita” que el resto por un instante?

¿Por qué?

Probablemente la primera respuesta sea... “Porque me apretó con el dedo...”

“Porque USTED es la culpable...”

Fantástico.

Ahora pídanle a ese voluntario (o hagan ustedes mismos la prueba) de presionar por quince segundos la pared o la superficie de la mesa y luego suelten.

¿Se puso “blanquita” la pared?

¿No?

Pero... ¿Cómo?

¿El poder no estaba en el dedo?

¿O será que yo, con mis mecanismos biológicos, estoy preparado para que pase lo que pasa con lo que viene de afuera?

¿USTED es la culpable?

¿O yo soy el responsable?


El paso de víctima a protagonista es sólo uno.

Es simplemente dar ESE paso que me corre del lugar de inocente víctima doliente y sufriente y me lleva a hacerme cargo de mi vida, de mis sentimientos y mis emociones.

Cuando digo que otro tiene la culpa de lo que a mí me pasa, estoy pensando linealmente en una causa – efecto que no tiene salida, no depende de mí.


Haciéndome cargo de todo lo que pasa “de la piel para adentro” puedo encontrar muchas y diferentes maneras de interpretar aquello que viene de afuera, y empezar a darme cuenta de que soy el responsable de utilizar aquella interpretación que sea más funcional (para mí y para mi entorno) en cada momento. Empiezo a ser protagonista de mi propia vida.


Cuando el nene viene corriendo, se lleva por delante la mesa, llora, y yo le digo “mesa mala, mesa mala” mientras le pego chirlos a la mesa...

¿En qué lugar lo estoy poniendo?

¿En víctima o en protagonista?

¿Qué pasaría, si una vez que lo consolé y se fueron las lágrimas, le enseñara que la mesa estaba ahí antes de que él se la llevara por delante, que simplemente él no miró por dónde iba, y que si la próxima vez tiene más cuidado, lo que sucedió no va a volver a suceder?

Seguramente la propensión de las mesas a atravesarse por el camino del niño “mágicamente” va a desaparecer.


El aprendizaje que se generaría con lo que pasó sería muy distinto.

Al menos podríamos elegir dónde pararnos.

La pregunta es muy simple... el paso es uno solo.

¿Víctimas o protagonistas?




jueves, 3 de septiembre de 2009

LOS DUEÑOS DE LA VERDAD



Costa Argentina, cualquier día de verano, 30ºC

Ana y Pedro están de vacaciones en la playa y mantienen el siguiente diálogo:

Pedro: ¿Venís al agua?

Ana: ¿Está muy fría?

Pedro: No, está buenísima… ¡calentita!

Ana: Dale, vamos…


2 minutos después…

Ana: ¡Pero está congelada!

Pedro: Aguantá un ratito que enseguida se te pasa.


A los 3 minutos…

Ana: ¡Tenías razón! Está calentita.


Es probable que muchos de nosotros hayamos escuchado conversaciones similares, y también es probable que a las personas de habla hispana esta conversación no les llame demasiado la atención.

Sin embargo, desde la mirada de la ontología del lenguaje y analizando un poco más en profundidad algunos de los fragmentos de la misma, podemos llegar a conclusiones que me resultan muy interesantes y nada triviales.


Una de ellas, es que desde lo que dicen, los participantes de la conversación parecieran tener acceso a características inherentes al agua… (buenísima, calentita, congelada).


Si nos atuviéramos estrictamente a lo que los hablantes están diciendo, deberíamos llegar a la conclusión que a lo largo de los cinco minutos en los cuales transcurre la conversación, la temperatura del océano sufrió variaciones significativas… Sin embargo, podría apostar que a ninguno de los lectores del diálogo transcripto más arriba, esta idea siquiera se les pasó por la cabeza…


El lenguaje estaba ahí cuando nacimos.


Vivimos inmersos en él y esto tiene sus consecuencias.


Nacimos en un lenguaje que nos pone en el centro.


Da como universalmente válidas nuestras opiniones (nuestros juicios) sobre las cosas y hace “sonar” como si aquello que nosotros opinamos sobre algo fuera la Realidad (con mayúsculas) sobre eso de lo que estamos opinando.


Así, cuando digo “el agua está fría”… parece que estuviera hablando del agua, pero en cambio estoy hablando sobre lo que a mí me pasa cuando toco el agua. Probablemente un esquimal podría disentir con el turista marplatense cuando hablaran de lo fría que el agua “está”.


Sin ir mas lejos, imagínense las oscilaciones que habría sufrido un termómetro que hubiera estado sumergido en el mar desde el momento en el que Ana dijo que el agua estaba congelada, hasta el momento en el que proclamó que estaba calentita.


He aquí la diferencia entre juicios y afirmaciones.


Una afirmación es algo que digo, para lo cual puedo ofrecer testigos o pruebas y básicamente aquello con lo cual todas las personas que comparten mi mismo idioma estarían de acuerdo.


Las afirmaciones pueden ser falsas o verdaderas.


Si digo que tengo dos ojos (y efectivamente los tengo) estaríamos ante una afirmación verdadera.

Si digo que tengo siete ojos (y en mi caso, por suerte, no los tengo) estaríamos ante una afirmación falsa.


A diferencia de las afirmaciones, no existen juicios verdaderos o falsos, en todo caso, siempre son opinables.


Los juicios pueden ser fundados o infundados… y adivinen cómo se fundan: ¡Con afirmaciones! (si bien el método completo de fundamentación de juicios lleva además otros pasos, por ahora nos quedaremos con este).


Si yo digo Manuel es alto… estoy emitiendo un juicio.


Para fundarlo, podría decir por ejemplo:

Manuel mide 1.95

El promedio de altura de los hombres que habitan el país donde vive Manuel es de 1.75.

Manuel mide 20 cm más de altura que la altura promedio de los hombres de su país.


Otros ejemplos de juicios:

La matemática es muy difícil.

Juan es un inútil.

Mariana tiene manos de manteca.

¿Cómo me relaciono con la matemática si “ES” muy difícil, o sea, si tiene una característica que le es propia y que no está en mis manos modificar?

¿Qué pasaría si dijera, la matemática me está resultando difícil por ahora?

¿Qué pasa con esa relación que tengo con la matemática?

¿Cómo será mi vínculo con Juan si él “ES” un inútil?

¿Qué pasa si pienso que eso que Juan hizo en el contexto en el que lo hizo, no fue útil a mi juicio en ese momento?


En el día a día… ¿diferenciamos cuándo estamos afirmando y cuándo estamos emitiendo un juicio?


Y acá viene la bomba:


¿De cuanto nos estamos perdiendo por vivir nuestros juicios como si fueran La Verdad Absoluta?




martes, 18 de agosto de 2009

Ser asertivos con nuestro cerebro

Hoy les propongo una receta de cocina:

Si leen con atención los pasos y los siguen exactamente, les aseguro un resultado exitoso.

Ahí va:


No mezclen algunos huevos con un poco de harina.

Tampoco batan un cierto tiempo ni agreguen leche en la medida justa y necesaria.

No agreguen la sal o el azúcar o ambas, a medida que la receta se los vaya pidiendo.

Finalmente no cocinen bastante… ¡y listo!

¿Salió?

¿No?

¿Qué habrá fallado?

¿Cómo se imaginan cocinar sin saber cuál tiene que ser el producto de la receta… sin saber adónde quieren llegar?


Muchas personas tienen claro lo que NO quieren… pero no tantas tienen claro lo que SÍ quieren lograr.


Cuando le digo a mi cerebro que ya NO quiero estar gordo. Que NO quiero repetir el tipo de relación que he venido teniendo y que esto NUNCA me va a volver a pasar… me estoy comunicando de una manera altamente eficiente… para que pase exactamente lo contrario.


El efecto es el mismo que el que se logra cuando les pido encarecidamente que NO piensen en un elefante rosa con lunares verdes.


Nuestro cerebro no tiene la representación del NO… automáticamente necesita representarse aquello que no queremos (y hacia allí se dirige) para después negarlo.


Cualquier objetivo que me planteo en términos de pérdida, de dejar, de no querer, de no repetir, de evitar, está destinado a ser contraproducente.


Cuando me pongo a cocinar, seguramente tengo en mis pensamientos, una representación bastante precisa de aquello que quiero lograr como resultado. Cómo se verá mi plato, qué sabores y olores tendrá, qué voy a sentir al comerlo y hasta tal vez pueda escuchar algún sonido que me hable de su punto de cocción (por ejemplo el “ruidito” que hacen las cosas en el horno) o su crocantez (por ejemplo al morderlo).


Ese conjunto de señales claras y específicas que mando a mi cerebro y que hace que lleve adelante las acciones que me permitan servir en mi mesa un peceto al horno con papas en lugar de una mezcla informe de ingredientes crudos o quemados, dulces o salados, comestibles o tóxicos, funciona de la misma manera con relación al logro de objetivos.


¿Qué quiero lograr realmente?

Esto que quiero lograr ¿depende de mí?

¿Cómo me voy a dar cuenta de que lo logré? (Específicamente qué veré, escucharé y sentiré)

¿Cómo se darán cuenta los demás (qué verán, escucharán o sentirán)?

¿Qué ingredientes, capacidades o habilidades necesito?

¿Cuáles tengo y cuáles me faltan?

¿Qué puedo hacer para conseguir los que me faltan?


La PNL nos habla de objetivos bien formados.

De aquellas condiciones que un objetivo debe cumplir en su formulación para poder llegar a buen término y dejar de ser un mero deseo o una fantasía.


En ese sentido hay una serie de preguntas específicas a respondernos para comprobar que estas condiciones se cumplan.


Los invito a reflexionar sobre qué tipo de señales solemos mandar a nuestro cerebro y cuáles son los resultados que obtenemos con relación a las señales que mandamos.


Lo más notable, y hasta tal vez paradójico, es que generalmente obtenemos lo que deseamos… ¿o alguna vez llegaron a la mesa con una pizza casera después de haberse puesto a cocinar peceto al horno con papas?...



viernes, 31 de julio de 2009

Sexto Sentido

ILUSIÓN: Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos. (Real Academia Española)


Frecuentemente, en nuestro idioma, escuché la frase “ilusión óptica”, aunque pocas veces escuché algo así como “ilusión auditiva” o “ilusión perceptiva”, a pesar de que en la definición se lee “engaño DE LOS SENTIDOS”.


Como seres biológicos (y específicamente humanos) que somos, tenemos los mecanismos necesarios para percibir lo que percibimos, o sea, ver lo que vemos, oír lo que oímos, gustar lo que gustamos, oler lo que olemos y “tactar” lo que “tactamos” (valga la invención de un nuevo verbo).


Hasta aquí, hice referencia a los cinco sentidos “clásicos”, si se quiere.


Si nos limitáramos a percibir, posiblemente yo no estaría escribiendo esto ni ustedes podrían estar leyendo. Me pregunto si existiríamos.


A los cinco sentidos “clásicos” yo entiendo que a veces se nos pegotea un sexto sentido... el sentido del sentido.


Cuando interpretamos una percepción, de alguna manera le estamos dando un sentido a eso que mis sentidos captaron, y vuelvo a la Real Academia Española y a una de las acepciones de la palabra “sentido”


SENTIDO: Modo particular de entender algo, o juicio que se hace de ello.


Necesaria (y muchas veces afortunadamente) damos sentido, interpretamos lo que percibimos. Si así no fuera, probablemente hubiera seguido cruzando despreocupado la calle cuando esta tarde ese camión se acercaba a toda velocidad.


Sin embargo, en la comunicación humana, muchas veces nuestro sexto sentido nos juega malas pasadas.


-¡Yo no te dije eso!


-¿Cómo que no?. ¡Claro que me lo dijiste!


-¡No!


-¡Sí!


-¡No!


Y así podríamos seguir infinitamente, si es que antes nuestro jefe no nos echó, nuestra relación no se terminó, el proyecto no fracasó, y una interminable lista de etcéteras posibles.


Tomar conciencia de que carecemos de los mecanismos biológicos para acceder al sentido que el otro le dio a la frase que me dijo, a lo que quiso significar con un mínimo gesto o con una mirada, nos pone en otro lugar, nos lleva a hacernos cargo de nuestras interpretaciones.


Para ello, contamos con poderosas herramientas: el chequeo, la pregunta, el parafraseo, la verificación de lo que entendimos con relación a lo que el otro nos dijo, o nos quiso decir.


La invitación es a hacernos responsables de lo que nos toca: A achicar esa brecha, ese espacio, entre lo que nos dicen y lo que escuchamos… a empezar a escuchar “adultamente” y evitar (o aminorar) situaciones como esta…


(ESTE VIDEO REQUIERE EL SONIDO ACTIVADO PARA TENER SENTIDO)




miércoles, 15 de julio de 2009

Lenguaje corporal, Escucha, Conversaciones Públicas y privadas


Según Rafael Echeverría, escuchar, es el lado oculto del lenguaje.


Escuchar valida el hablar.


Hablamos para que nos escuchen. No tendría sentido la existencia de las conversaciones si no hubiera alguien ahí para escucharlas (aunque ese alguien seamos nosotros mismos).


Cuando dos o más personas se encuentran y conversan, digamos que los oídos van a poder escuchar una conversación, que llamaremos pública.


Sin embargo, en ese momento va a haber en juego más de una conversación.


Además de la conversación pública (que puede ser percibida por los oídos), cada uno de los participantes de esa conversación tendrá también su conversación privada… que sólo percibe él mismo. Esta conversación privada no es buena ni mala en sí misma. Simplemente ocurre.


En algunos casos puede ser muy funcional a mi escucha para con otro, o en otros puede ser bastante perjudicial (por ejemplo, cuando me “enrosco” en esa conversación privada, y ese enroscarme me impide focalizarme en la conversación pública que tendría que estar escuchando en ese momento).


En su revisión del concepto de Escucha, Echeverría postula que, no sólo escuchamos con los oídos. La nueva propuesta, o “definición” si vale el término, es que escuchar es percibir + interpretar, y los seres humanos percibimos con todos nuestros sentidos.


Escucho con el cuerpo, y escucho también “al” cuerpo.


Puedo inferir en qué estado de ánimo o emoción está el otro con solo “escuchar” (percibir + interpretar) su lenguaje corporal. Posteriormente puedo constatar la validez o no de esa inferencia, chequeándola con mi interlocutor o indagando sobre aquello que percibí.


Por otra parte, acompañar al otro desde el lenguaje corporal, va a hacer mucho más fluída y sencilla mi escucha.


¿Alguna vez te pasó que te dijeran "no me estás escuchando" cuando sí lo estabas haciendo? Recordá como era tu corporalidad cuando tu interlocutor interpretó que no lo escuchabas... ¿lo estabas mirando?... ¿tu postura corporal era similar a la de él o era totalmente distinta?.


Y por el contrario... ¿te pasó de hacer como que escuchabas mientras tus conversaciones privadas estaban en otro lado?... ¿y hacerlo de una manera tan convincente que tu interlocutor nunca se enteró de que ya te habías "ido" de la conversación?... ¿Recordás cómo hiciste para que pareciera que sí escuchabas?... Apostaría que tu cuerpo... algún movimiento de cabeza... algún contacto visual... o algún "ahá" por ahí perdido daba señales de que estabas escuchando.


Las situaciones descriptas no nos hablan de otra cosa que de la importancia del cuerpo en el acto de la escucha. Si hacemos memoria, posiblemente nos daremos cuenta de que las ocasiones en que más efectivamente escuchamos tienen que ver con un "escuchar con el cuerpo" además de con los oídos.


Cuando mi lenguaje corporal no acompaña, contribuyo a que las conversaciones privadas de mi interlocutor tomen mucha más fuerza, tanta que lo hagan perder el hilo de la conversación y tanta, tanta, que tal vez necesiten salir al ámbito de la conversación pública a la manera de un reclamo del tipo: "¡NO ME ESTÁS ESCUCHANDO!".


En conclusión, para mí, el lenguaje corporal, entre otras cosas, es una herramienta muy poderosa con relación a la calidad de mi escucha. Por otra parte, ciertas corporalidades me serán más funcionales para escuchar mejor.... sobre todo cuando los cuerpos de los participantes en una conversación están en una “sintonía” similar.


Si pensamos que el conversar es como una danza, no acompañar con el cuerpo sería algo parecido a tener a dos bailarines bailando danzas distintas, a ritmos diferentes y con códigos incompatibles. El producto final puede ser un baile bastante caótico, con el cual ninguno de los dos se sienta cómodo, ni acompañado, ni comprendido.



(Imagen Escucha: http://es.dreamstime.com/)


PNL… ¿Para qué?

Mientras pensaba cómo escribir este artículo, recordé mis primeros contactos con la Programación Neurolingüística… y mis caras de desesperación al tratar de explicar lo que era cuando me lo preguntaban.

¿Cómo empezar?... ¿Serviría decir que es una disciplina que nació en los años 70 en la Universidad de Santa Cruz, California?... probablemente a algunos les sirva. ¿Y que nos provee de una caja de herramientas para comenzar a operar de otra manera en el mundo?, tal vez esto les haga sentido a algunos otros…

Hoy por hoy, unos cuantos años después, me sigue costando trabajo encontrar la definición “correcta” de lo que la PNL es, si tal cosa pudiera existir.

Lo que sí tengo, son experiencias para contar los espectaculares cambios que presencié a lo largo del tiempo que hace que estoy en contacto con ella.

Recuerdo por ejemplo a Silvina… que luego de años de terapia seguía comiéndose las uñas, hasta casi lastimarse los dedos… y también recuerdo haber escuchado sus uñas tamborillear en el apoyabrazos un mes después de una intervención de unos cuantos minutos.

Otro caso es el de Liliana, que quince días después de decir “mi marido me dejó y me arruinó la vida”, relataba que por fin había empezado a estudiar pintura después de años de postergarlo y que estaba feliz por eso.

También viene a mi memoria el recuerdo de Miguel, que estaba convencido de su incapacidad para hacer amigos, y celebró su último cumpleaños con treinta personas que lo aman y que hasta hace un par de años él ni conocía.

Y cómo olvidar a Santiago, quien al dejar atrás su problema de autoestima hizo tal cambio en su imagen física que a varias personas les costó trabajo reconocerlo.

Si yo tuviera que decir qué es la PNL diría que es magia. Magia en acción.

La Programación Neurolinguistica nos provee de habilidades prácticas para crear los resultados que nosotros verdaderamente queremos. Es una invitación a cuestionar y cuestionarse el modo de pensar, de comunicarse, de observar y de actuar, para aprender nuevas respuestas ante los viejos y nuevos desafíos. Mediante un conjunto de técnicas y modelos muy sencillos y breves (relacionados simplemente con cómo veo, escucho, siento, pienso y digo) nuestro mundo empieza a cambiar.

Aparecen ante nuestros ojos opciones que, creíamos, antes no estaban ahí. Empezamos a relacionarnos de otra manera, con nosotros mismos y con los demás, a lograr congruencia interna, a alinearnos en la búsqueda de nuestros objetivos y mientras lo hacemos, vamos consiguiendo resultados extraordinarios en esos lugares en donde antes había sido imposible para nosotros.

La PNL ya está resonando en el mundo, y cada vez se posiciona con más fuerza en la Argentina. Está en cada uno de nosotros animarnos a descubrirla.



(Imagen Rompecabezas: http://es.dreamstime.com/)